MI AVENTURA
Llegar a una cata de vinos o a una exposición de bodegas, es el punto de partida de un camino sin retorno. Sin embargo, fue en ese preciso momento, el que me sentí tan perdida como alerta; observando como todos giraban la copa, olían a “fresas” o a “pimienta negra” y con aparente acierto decían “malbec con barrica”.
Lo curioso fue, que este desconcierto, lo asumí como un desafío o aventura. Fue algo así como mi big bang, mi camino de iniciación.
Pensándolo mejor, mi primer affaire lo fue con el vino argentino. Argentina, país donde nací, es el 5to productor del mundo, desde hace décadas, y esto se traduce en que cada familia, diariamente, sienta a la mesa una botella de vino y especialmente, los domingos de asado o pastas.
Todavía recuerdo mi vasito plástico con la imagen de Sarah Kay (y ya estoy adelantando la edad), servido con unas gotas de vino tinto y muchísima gaseosa, pues era la ración permitida. Pero mi aspiracional, era el vaso alto Durax, con mucho vino y un susto de soda que disfrutaba mi papá. Iban a pasar muchos años, para darme ese gustito.
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En la adolescencia y en mis años universitarios, disfruté mucho la cerveza rubia y bien fría, una bebida que con el tiempo iba a descubrir su esencia.
Hasta que llegó un curso de cocina, donde busqué, por un lado, mejorar esas recetas que heredé de una gran cocinera como fue mi mamá, y por el otro, escapar de la rutina. Una compañera que trabajaba en una bodega dio en la tecla. Me sugirió un curso y me regaló un vino de esos que no podía pagar.
Sin pensarlo demasiado, me inscribí a lo que sería el preludio de un aprendizaje que aún persiste. Aclaro que también me tome el vino y mi compañera paso a ser mi mejor amiga.
La docente del curso, era una ingeniera agrónoma de enorme trayectoria. Recuerdo perfectamente, como graficó con palabras la vid, esa planta maravillosa y milenaria que da origen al vino, como me habló de sus frutos las uvas tintas o blancas, y de los vinos tintos, blancos o rosados, que se elaboran a partir de la pigmentación que está en la piel.
Aprendí que, con la misma uva, como el chardonnay puedo elaborar vinos secos o dulces de postre, o bien vinos espumosos con burbujas o vinos tranquilos; que sólo son alternativas enológicas. Entendí que el malbec, el pinot noir o el sauvignon blanc son cepas, especies de la vid, una planta que adora el sol, y que, si se la mima, nos regala los mejores frutos para hacer grandes vinos.
Me enseño que el agrónomo y el enólogo, son los guardianes del viñedo y los hacedores del vino. Y, ante todo, descubrí que el mundo del vino comprende una diversidad única, gigante y atractiva, que abarca tantos territorios y latitudes como gustos y consumidores. ¿Cómo podía perderme esta oportunidad?
Con el paso del tiempo llegaron otros cursos, catas con amigos, salidas a ferias, la formación profesional en Sommellerie, viajes, vendimias, charlas con profesionales de la industria y numerosas oportunidades para seguir aprendiendo. De entusiasta pase a alumna (de las que aprueban con lo justo), de docente a directora de la carrera de Sommellerie. Y así, lo que comenzó como una aventura en mis ratos libres, se convirtió en un trabajo apasionado y comprometido.
Hoy puedo afirmar que, el vino me abrió caminos, me lanzó a una y mil aventuras, y como a muchos colegas, me cambió la vida.
Fue mi pasaporte para conocer regiones y paisajes, historias y personajes, leyendas y mitos; todo lo que hoy quiero compartir con vos, así como animarte a saborear el encanto del vino argentino y otros vinos y bebidas del mundo.
Te invito a ser parte de un camino de aprendizaje, donde cada copa de vino, cada coctel, cada descorche o encuentro con amigos, sean un momento de celebración. Te invito a tu propia aventura: la aventura de beber.